MIÉRCOLES, 2-12-2020. María, mujer de esperanza
Cristo reina, ¡buenos días a todos!
Hagamos silencio, respiremos profundamente y preparémonos para comenzar nuestro día en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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En estos tiempos que para muchos son difíciles, se hace más necesario que nunca volver los ojos a quien puede ser para nosotros referencia, ejemplo y estímulo. Hay muchos hombres y mujeres que, con sus vidas, demuestran que es posible plantar cara a la tormenta y luchar por lo que creen justo. Pero quizás, entre todos, una mujer, María, es para cada uno de nosotros refugio, maestra y guía en el camino. Ella es la mujer del adviento, la señora de la espera, la que fue capaz de afrontar lo incierto desde la fe y la confianza profunda.
«Respondió María: He aquí la esclava del Señor. Que se cumpla en mí según tu palabra» (Lc 1,38)
Te fiaste. Sin sucumbir al temor, a las prevenciones, a lo sorprendente. Te fiaste de Dios, aunque hacerlo te pusiera en situaciones complicadas. Dijiste «sí», poniendo tu vida en sus manos, sin hacer caso a las habladurías, a las posibles incomprensiones.
Y esa palabra valiente se convierte, también hoy, para mí, en llamada. A tener valentía a la hora de vivir la fe. A tener coraje para tomar en serio el evangelio. A tener audacia para buscar formas de hacerlo real en este mundo, hoy, aquí y ahora.
La esperanza en María es esa disposición para seguir luchando cuando todo parece cuesta abajo. Cuando nubarrones amenazan tormenta. Cuando uno no entiende, o no cree, o no sabe por dónde seguir. Tú esperaste, en ese adviento primero inesperado, al niño cargado de promesas. Y esperaste, viéndole crecer, a ver qué sería de su vida. Le esperaste cuando se echó a los caminos. A veces ibas detrás, y te fuiste haciendo discípula, también tú. Esperaste, atravesada por el dolor, al pie de la cruz. Y luego, con los que se encerraban, temerosos, también allí estuviste, siendo para ellos madre y amiga. Y con ellos confiaste. Hasta que se hizo la Luz. Y por eso me invitas, también a mí, a fiarme, y a esperar, activamente. A Dios, en este mundo, y su reino, que juntos habremos de ir construyendo, entre muchos.
¿Qué espero hoy de Dios? ¿Y de la vida? ¿Y de mí mismo?
GUÁRDANOS, SEÑORA (P. José Gras)
Guarda, Señora, a los que velan
y conforta a los que en tu nombre batallan;
no abandones, Piadosa, a los caídos
y atiende a los que, con sinceridad, te invocan.
Haz que despierten a tiempo los dormidos,
que los débiles convalezcan;
sé la tabla de salvación para los espíritus
que naufragan.
Óyenos, Madre de la Santa Esperanza,
y tu clemencia siempre nos asista. AMÉN
Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, Cristo Luz infinita, alumbre nuestra inteligencia, AMÉN.
¡Que tengáis todos un feliz día! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, AMÉN.