Miércoles 20/ 10

 Nos ponemos en presencia del Señor, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Vamos a empezar nuestra reflexión con una pequeña historia.

 

Hace tiempo, oculta en un bosque apartado, había una casa abandonada. Un día, un perrito iba huyendo de la tormenta y logró meterse por el agujero de una de las puertas de la casa.

 

El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera, que crujían a cada paso y le hacían sentir cada vez más atemorizado.  

Al terminar de subirlas se encontró al fondo una puerta entreabierta; aunque estaba muerto de miedo, asomó la cabeza y miró dentro. Para su sorpresa, se dio cuenta de que había montones de perritos, unos 1000 perritos más, observándole tan fijamente como él los observaba a ellos.

 

Entró y comenzó a mover la cola y a levantar las orejas poco a poco para saludarles. Los 1000 perritos hicieron lo mismo. Entonces se sintió confiado, sonrió y le ladró alegremente al que estaba más cerca. Nuestro perrito se quedó sorprendido al ver que los 1000 perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: "¡Qué lugar tan agradable... voy a venir más a menudo a visitar a mis nuevos amigos!"

 

Unos días después, otro perrito callejero llegó huyendo del mal tiempo. Pero a diferencia del primero, este perrito, al ver a los otros 1000 perritos del cuarto se sintió amenazado, porque pensaba que le miraban de manera agresiva. Entonces empezó a gruñirles, y de inmediato vio cómo los 1000 perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros 1000 perritos le ladraron también a él. Salió con la cabeza muy alta, enfadado y pensando: "¡Qué lugar tan horrible es éste... nunca más volveré a venir aquí!".

 

Ninguno de los dos perros sabía leer, como podéis imaginar. Si  hubieran sido capaces de hacerlo, habrían leído un viejo cartel sobre la puerta de entrada que decía: "Bienvenido a la casa de los 1000 espejos".

 

La moraleja de nuestra historia es que todos los rostros del mundo son espejos. Si cuando un compañero te habla le contestas con desgana y sin mirarle a la cara, no te extrañes de que esa persona te mire igual a ti . Si cuando tu hermano te pide que le ayudes, sólo se te ocurre gritarle que no te moleste, no te quejes si no cuenta contigo para echar un partido.

No se trata de ser interesado y portarse bien para que los demás hagan lo mismo contigo. Se trata de amar al prójimo como a ti mismo, de hacer el bien y poner más corazón en cada cosa que hacemos a diario.

Si somos espejos que reflejan nuestros sentimientos, decide si quieres vivir como nos enseñó Jesús y eso será lo que mostrarás al mundo con tus acciones.

 

Terminamos con una oración del Padre Gras para pedirle a Jesús que aprendamos a ser reflejo de un buen cristiano:

Cristo, Sabio, Bueno sobre todo bien.
Para arrancar de mí el amor propio,
te pido, Rey de amor, que vivas Tú, no yo, en mí; 

que pienses Tú, no yo, en mí;
que no haya más imagen que la tuya,
cada día más radiante en mí.

CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA, CRISTO LUZ INFINITA ALUMBRE NUESTRA INTELIGENCIA, AMÉN.

 

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