Lo que somos

 Siéntate de manera cómoda… la espalda bien apoyada en el respaldo de la silla…los brazos relajados sobre la mesa o sobre las piernas….cierra los ojos o si lo prefieres, fija la mirada en un objeto sobre tu mesa….. respira profundamente….. vuelve a respirar despacio…. y haz silencio en tu interior para escuchar a Jesús que habla a tu corazón.

Nos ponemos en presencia del Señor, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hay una frase que escuchamos con frecuencia: “Lo importante es lo que somos, no lo que tenemos”,. Y es verdad. Porque cada uno de nosotros tiene un valor incomparable por el simple hecho de ser lo que es: tú tienes un valor como ser humano que es la dignidad, que no crece ni se rebaja por lo que haces o por lo que dejas de hacer, por lo que consigues en la vida o por lo que no llegas a conseguir.

Para Dios, tú eres muy valioso por ser tú, pero mucho más por estar y por hacer.

Tú eres un ser-en-misión, un ser que actúa para hacer realidad todo lo bueno que Dios sabe que eres capaz de conseguir. Tu misión dura toda la vida y está compuesta de pequeños retos, pequeños pasos con los que vas avanzando hasta llegar a cumplir con la misión principal: hacer el bien.

Para que entiendas mejor la importancia de cada pequeño gesto que haces dejando tu huella de bien, escucha esta paradoja del filósofo griego Zenón de Elea:

intenta imaginar a Aquiles, el corredor más rápido del mundo, persiguiendo a una tortuga que ha comenzado la carrera con una pequeña ventaja. Cada vez que Aquiles llega al punto donde está la tortuga, ésta acaba de avanzar un poco más.

Teóricamente, Aquiles nunca alcanza a la tortuga porque siempre que va a pillarla comprueba que ésta ha avanzado y le queda una distancia por recorrer, aunque sea pequeñísima. Esta paradoja enseña cómo puede parecer imposible lo que es claramente alcanzable, ya que nadie duda de que Aquiles es capaz de correr más rápido que la tortuga.

Al igual que Aquiles, cuando estamos a punto de iniciar una nueva etapa en nuestras vidas, los temores y las dudas pueden surgir. La sensación de que siempre hay un obstáculo más, una incertidumbre adicional, algo que no controlamos del todo, puede detenernos y hacernos sentir que nunca llegaremos a nuestro destino. El miedo a fallar puede paralizarnos, haciéndonos dudar de cada paso que damos.

Pero es importante recordar que el miedo a fallar no debe detenernos. Tropezar en el camino no es malo; es una parte natural y necesaria del crecimiento. Cada vez que Aquiles corre hacia la tortuga, está más cerca de alcanzarla. Del mismo modo, cada vez que enfrentamos nuestros temores y damos un paso adelante, nos acercamos más a nuestras metas, incluso si nos caemos de vez en cuando.

En el evangelio de Juan, Jesús nos dice: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis».

Esta promesa nos asegura que, con la fe y la confianza en Dios, podemos sobrellevar los obstáculo que se presenten en nuestro camino. Solo debemos pensar que nunca estaremos solos.

No conseguir nuestro objetivo en el primer intento no es tiempo perdido, nos permite ver las cosas desde otro punto de vista y aprender lecciones valiosas para mejorar, algo que no habríamos podido descubrir de otra manera.

Jesús nos enseñó que bajo la derrota más grande estaba esperando la victoria más resplandeciente, que tras su crucifixión estaba la salvación.

Su sacrificio nos enseña que las aparentes derrotas pueden ser la puerta a nuestras mayores victorias. No dejes que el miedo a fallar te detenga. Confía en que Jesús te guiará y te dará la fuerza para levantarte y continuar.

CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA, CRISTO LUZ INFINITA ALUMBRE NUESTRA INTELIGENCIA, AMÉN.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

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